miércoles, 13 de abril de 2011
martes, 12 de abril de 2011
Vale la pena no saber para donde ir
"En el instante que ya sabes cual va a ser el resultado, estas perdido" - Juan Gris
lunes, 11 de abril de 2011
Simbiosis de amigas
El siguiente texto fue escrito por una de mis mejores amigas el año pasado. Lo más mágico de todo, además de lo excelente escritora que es Maro, es que las dos sentimos la misma impotencia al ver el "paisaje" desde el tren San Martín cada día que lo tomamos para adentrarnos en la vorágine de la ciudad.
Por eso, léan "No me acostumbro" de María Florencia Alejandre y después vean las fotos de mi obra "Ferrocarril San Martin"...es increíble como por dos medios distintos se siente y expresa algo similar.
Disfruten
Regi
pd: les dejo una frase...
"Los que sueñan de día son conscientes de muchas cosas que escapan a los que sueñan sólo de noche." Edgar Allan Poe
NO ME ACOSTUMBRO
Todavía no me acostumbro. Tres años de repetir día tras día el mismo recorrido deberían haber bastado. Pero no. Pasan los días, los meses, ellos siguen ahí y yo no me acostumbro.
El tren no para. Ellos son una mancha que empieza en un determinado momento y se corta, así tan súbitamente como comenzó. Para mí, son unos segundos. Eso es todo lo que tengo: unos breves instantes de miseria humana. Para ellos, es una vida. Son días, años y personas; niños y adultos, que nacen y mueren entre la escoria de la ciudad, y como parte de ella.
Todos los días es un mismo ritual. El mismo boleto, el mismo tren prehistórico y los antagonismos de la capital que se revelan en todo su esplendor durante los treinta minutos de travesía: de un lado el Four Seasons, el Patio Bullrich; del otro, kilómetros de profundidad y altura que alcanza la villa; de un lado el LawnTennis y los semipisos de Palermo; del otro, unos ranchitos de chapa y cartón, un almuerzo sobre neumáticos, un niño saludando a las vías sobre un cerro de basura.
Retrato de un continente, postal de una ciudad que ya no logra esconder la mugre bajo la alfombra. Un hombre con el torso desnudo intenta clavar dos pilotes de madera. Arma su casa a escasos dos metros de las vías del ferrocarril; usa como piso la misma tierra húmeda y sucia; como techo, por ahora, el cielo. El ruido del tren parece distraerlo, y mira en dirección a mi ventana. Pero no me mira a mí, ni a ninguno de los que viajamos en ese vagón. No mira el tren siquiera, sus ojos perforan el hierro y se pierden bajo los rayos del sol de marzo. No hay odio ni temor en su forma de mirar. Tampoco desconsuelo. Su piel está curtida y sus ojos ya no buscan nada. Miran el no tener nada que mirar; se abren resignados a una realidad que no le pertenece. Mueren tranquilos de que no vale la pena vivir.
El resto, nos movemos como ciegos, pero de los peores. Convenciéndonos de que no vemos, ubicando al niño sobre la basura y al hombre desesperanzado entre los rascacielos de Retiro y el puente de la avenida San Martín. Hay un árbol, una casa, y tres familias muriéndose de hambre a la vera del tren. Hartos de intentar extirparlo, los porteños se rindieron ante este tumor que se empeña en reaparecer. Los camuflaron, los incorporaron a los desperdicios de las esquinas y los escombros de los baldíos. Hasta las pintamos de colores. Son paisaje, son la mugre inexorable de la ciudad.
por María Florencia Alejandre
Suscribirse a:
Entradas (Atom)